Gordon dice que la música es un lenguaje, es más, que el primer lenguaje es el de los sonidos y el único de verdad universal.

Que a los niños no se les enseña música, sino que se crean las condiciones para que aprendan a escucharla.

Suscitar su atención, respetar el silencio, porque sin el silencio no existe el sonido.

Que cada pieza musical tiene una sintaxis y que un neonato es capaz de absorberla perfectamente.

Que no hay necesidad de obsesionar al bebe con cancioncitas insulsas, llenas de palabras en rima, y luego tomarle de las manos para que aprendan a aplaudir.

Que un niño escucha “Vuelvo al Sur” con la misma atención con la que escucha El Payaso Plim Plim. Quizás hasta con más atención

Sí es verdad que a un estímulo más complejo corresponde una curiosidad más viva. Entonces, como dice Rita Levi, tanto más vale dormirlo con una Gypnopedie de Satie que con una cancioncita fácil. Dentro de una Toccata y Fuga de Bach encuentra un cierto Si Bemol y quien sabe de qué color, después lo sueña.

En el fondo son simples observaciones sensatas, se diría, de “el buen padre de familia” que gobierna cada cosa. Solo que a diferencia del berlusconianismo cultural televisivo-paternalista imperante, aquí el objetivo no es el de enseñar a todos la misma música, hacérselas cantar en coro y echar de la clase al que desafina o peor, al que es disidente. Por el contrario, explica Apostoli: “La música no sirve para entretener, ni para distraer de los pensamientos y para homologar. Sirve para desarrollar la capacidad de expresarse, de afinar la atención, de suscitar reacciones emotivas diferentes para cada uno y que diferentes deben ser”. ..

Hace no mucho, en Roma, se juntaron de a cientos, sentados incluso en el piso, para escuchar en plaza Sant’Egidio las palabras de Gordon, de Roman Vlad, de Grazia Fresco Honegger, que es la presidenta del centro Montessori.

“El método Gordon para la educación musical se parece mucho a los principios Montessori”, explica Andrea Apostoli.

“La idea es que el niño es capaz de hacer solo, que la mente absorbe y que cualquier ayuda inútil obstaculiza el desarrollo¨. No es necesario forzar a los niños a aprender según esquemas rígidos sino respetar sus propios tiempos.

Ninguna madre le enseña a hablar a su hijo, simplemente le habla. Así sucede con la música.

La cultura de la imitación produce coros de estadio, canciones de autobús.

Se debe partir de la absorción y de la escucha libre, de manera que cada sonido suscite como respuesta otro sonido y que cada niño tenga su canción”.

Las clases se desarrollan así: aula vacía, parquet, niños en el suelo o en los brazos de un adulto.

Silencio. El maestro entona melodías de sílabas sin palabras. Hay siempre un niño que comienza a responderle: o con el cuerpo, con movimientos, o con la voz. Vocalizaciones entonadas, notas precisas. El maestro repite la nota del niño quien a su vez le responde. Comienza un diálogo, como si fuera una fábula hecha de sonidos.

“Es algo que las madres hacen espontáneamente con sus hijos: engancharse en un diálogo repitiendo sus balbuceos, sus gestos, las sílabas. También las palabras están hechas de sonidos, los niños comienzan escuchando, luego reconocen e intentan repetir. Gordon dice: no canten cosas simples, es la complejidad y la completitud del gesto que estimula al niño a aprender”.

“Lo que destruye la sensibilidad musical y por ende, en general, la capacidad de escucha, es la tendencia a enjaular a los niños en la escucha de melodías binarias, todas en tonalidad mayor, porque deben estar alegres. Canciones capaces solo de homologar la escucha. Es la máxima variedad de ritmos y de sonidos que abre a los niños las puertas de la música”. Chopin, Let it be, Bésame Mucho. Porque como en aquella historia, quizás uno cree que sea el intrépido Sol, mientras que es un amoroso Si bemol quien los acuna y los acompaña hasta el sueño.